martes, junio 18, 2013

Llueve en casa

Me he pasado toda la mañana recogiendo agua en la sala. No es que se haya roto ninguna tubería, ni tampoco que la lavadora se haya estropeado por los trapos sucios de todos estos años de relación. Es que, desde que te has ido, no deja de llover en casa.

¿Sabes lo difícil que es preparar la ensalada con un paraguas en la mano, o aguantar cada mañana la reprimenda de la vecina que se queja de las goteras? ¿Te haces una idea del estrés que supone tener que zambullirme bajo el agua para abrir la llave y poder prepararme un café? ¿O despertar en mitad de la madrugada sobresaltado, cayendo en la cuenta de que he olvidado regar las plantas?

No dejo de quitar nubes de lo alto del armario. Nubes grises, nubes negras. Nubes de todos los colores y texturas.

¿Crees que no me daba cuenta de cómo brillabas cuando salías por la puerta? Te ibas radiante, de sobra sabía que te habías llevado puesto el sol. Menos mal que aún conservo un trozo de luna llena que ilumina, al menos, los rincones más oscuros de nuestra habitación. De lo contrario jamás me atrevería a mirar en ellos, por si tropiezo con recuerdos y en ellos salimos tú y yo.

Y te sorprende que la luna esté de mi lado. ¿Quién crees que le platicaba cada noche en la ventana? Al final, cuando empezó a refrescar y me vi obligado a cerrarla, sin decirme nada, se coló en la habitación.

Pero ahora tengo miedo. Miedo de no volver a ver la luz del día. ¿Qué hago yo sin halo de luz que refleje lo que fuimos? ¿Qué hago yo, si ahora casi siempre es de noche y llueve?

Me he pasado la mañana con antigripales y el impermeable puesto.  ¿Qué más da que cierre ahora las ventanas, si el vendaval está en casa? ¿Para qué las mantas y los abrigos, si mi frío lo llevo dentro?

Te has ido y ya no brilla el sol. Las gotas apagan mis cigarros e inundan el café. El techo está gris y ya no sé si llueve aquí o acaso lloro yo. Lo único que sé es que me atrapan las raíces en el pasillo, que mi canoa se parte en los rápidos que descienden escaleras abajo, que el fango me atrapa en la cocina, que mi camino se hunde y mis huellas desaparecen. Que en el baño se ha roto el espejo y que los siete años de ruina comenzaron en el momento en que al mirarlo ya sólo me veía a mi.
 

Está bien, vete a donde quieras con nuestra historia si es lo que deseas.
Pero eso sí, un último favor te pido.
Al salir, si puedes, déjame encendidas las estrellas. 

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