Los he contado. Ciento cincuenta y cuatro días a la fecha separados.
Dicen que el tiempo cura todo. Debo ser inmune a ese remedio, me siento tan miserable como el primer día. Peor, de hecho. Albergaba una esperanza, una luz que iluminaba mis negros y aciagos días, y esa flama recién fue extinguida.
Cinco meses y tres días, doce horas y quince minutos. Lo sé porque el único sonido en casa es el incesante tic-tac del reloj. Sin sus voces, sin sus risas este lugar es un mausoleo donde quedaron encerrados mis huesos. Por lo menos ese sonido me recuerda que mi corazón todavía late, aunque a esto no se le puede llamar vivir.
Trato de mantener los cuartos cerrados, no sea que salga de pronto algún recuerdo y me tome por sorpresa. Cuando sucede me toma días sacudírmelo de encima, y su peso sobre mis hombros me causa un dolor de espalda terrible.
Tres mil setecientas ocho horas y veinte minutos.
Esa cuenta tiende al infinito.
Como mi tristeza.
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